Una de las ventajas de vivir en un lugar hermoso, es que las personas que quieres quieren venir a visitarte. Hace algunas semanas, la hermana de mi esposo y su familia, a quienes quiero mucho, vinieron de vacaciones. Una tarde, decidimos ir por una pizza a un pequeño lugar vegetariano riquísimo que se encuentra en el pueblo. Ahora, decir pequeño se queda corto, en verdad son cinco o seis mesas apretadas donde deberían ir máximo tres.
Entramos al restaurante con cinco niños saltando detrás nuestro, noté por casualidad que en la mesa de al lado estaban sentadas dos mujeres ya mayores. Es importante recalcar que todas las mesas del lugar eran las “mesas de a lado” de nosotros (nótese el comentario del tamaño del lugar). Nos apretujamos en nuestra pequeña mesa y los niños, que estaban muy emocionados de estar juntos, no paraban de hablar uno sobre el otro. Mi sobrina más pequeña estaba tratando de explicarle a su mamá que necesitaba, no una, pero dos rebanadas de la pizza de su hermano (una para cada mano) y mi hijo más pequeño estaba cantando ¿estrellita donde estás?, con toda sus fuerzas en mis piernas. Después de unos minutos de querer ordenar, una de las mujeres que estaban ahí sentadas, atrajo mi atención y con una mirada de total desaprobación hizo un fuerte ¡SHHHHHH!. En ese momento entré en pánico y mi reacción instintiva fue gritarles a todos los niños ahí presentes que se callaran inmediatamente y quizá darles a los más pequeños algún video en YouTube para entretenerlos, evitando más ruido y más desaprobación.
Sin embargo, en ese momento, de alguna manera tuve la claridad para parar un segundo y preguntarme ¿realmente eso es lo que quiero hacer? Me di cuenta que gritarles pudiera resolver el problema por algunos segundos pero sus efectos negativos durarían más que esos segundos de silencio, además de que lo negativo no podría compensarse por el alivio que pudiera yo sentir al ya no ser juzgada por nuestras vecinas de mesa. También me di cuenta que yo, en lo personal, no consideraba que los niños estuvieran fuera de lugar, en relación a nuestros valores familiares. ¿Acaso quiero reprimir el ser alegre y expresivo? ¿Podría aprovechar mejor esta oportunidad para enseñarles la consideración y el ser empático con los demás? Decidí explicarle con calma a mi hijo que el ruido pudiera molestar a los otros comensales, como a veces algunos ruidos le provocan “dolor de oídos.” Le expliqué que divertirse y disfrutar a sus primos era muy importante, al mismo tiempo que pensar en los demás nos aseguraría pasar a todos un buen rato.
Un rato después, caminando por el malecón con los niños, mi cuñada y yo platicamos acerca de lo que había sucedido. Nos dimos cuenta que, al ser padres, hay muchos momentos en los cuales reaccionamos a la presión social y actuamos sin integridad con lo que realmente queremos como padres, dejándonos avergonzados, frustrados y desconectados de nuestros hijos. Lo que hice, quizá no fue tan distinto a lo que hubiera hecho si hubiera seguido mi reacción instintiva ante la desaprobación de la mujer. Lo que sí fue muy distinto fue mi intención y mi entereza al manejar la situación. En lugar de ejercer mi poder sobre los niños o hacerlos responsables por la incomodidad que me provocó sentirme juzgada, causándoles una sensación de presión o inseguridad, pude interactuar con ellos desde un lugar de empoderamiento e integridad, sin enojo y gritos.
Así que aquí les dejo algunos tips para ayudarles en esos momentos de honestidad brutal que surge en la fila del supermercado (mamá, ¿esa persona es gorda porque tampoco quiso comer su brócoli?) o en esos momentos de berrinches amargos en las tiendas departamentales, o incluso, momentos en familia en donde nos sentimos presionadas por la expectativa de cómo debiéramos de ser como padres:
Restringe el deseo de actuar inmediatamente: poder detener la necesidad de reaccionar ante la situación en el instante mismo, con tal de evitar la presión, es una de las herramientas más poderosas que podemos tener.
Permítete ser empátic@s con nosotr@s mism@s: Cuando las emociones están involucradas, tendemos a ver las cosas fuera de proporción. Saber esto y permitirnos aceptar los sentimientos que surgen, nos ayuda a encontrar la perspectiva real de la situación y ya no actuar desde el miedo e inseguridad.
Conéctate contigo: la clave para actuar de manera consciente y con integridad es tomarnos el tiempo para contactar con nosotras mismas y entender lo que sí queremos:
-
¿Lo que está haciendo mi hija(o), realmente está mal de acuerdo a nuestros valores como familia?
-
Tomando en cuanta mis objetivos de como quiero que mi hija(o) sea de adulto, ¿detener este comportamiento ayuda o afecta esta meta?
-
¿Cuál es el valor que sí quiero enseñarle a mi hija(o) en este momento?
Empatiza: busca entender la posición de la otra persona, por lo general el juicio proviene de un dolor personal. Cuando alguien emite un juicio sobre otra personal, en general se trata mucho menos sobre el enjuiciado que sobre la persona juzgando. Trata de pensar en momentos cuando tu has enjuiciado a los demás ¿De donde viene en verdad? ¿Te estas comparando con la otra persona? ¿La persona te está conectando con alguna carencia personal o un error del pasado (veo esto mucho con juicio inter familiar)? ¿Quizás simplemente estas de mal humor o no sintiéndote al 100% (como sospecho que puede ser el caso de nuestra querida señora en el restaurante de pizza) y esto te causa a sentirte extra sensible con tu entorno? Nota como todas estas razones tienen poco o nada que ver con la persona en tela de juicio.
Espero que estos tips te ayuden no solo en tu crianza pero en cualquier momento decisivo. ¡Recuerda que tomarte en cuenta y conectar con tu verdad son las claves a una vida más plena!
Quieres saber mas sobre Crianza Consciente ó agendar una cita personal con Vanessa haz click aqui